lunes, 25 de febrero de 2013

El secreto del Padre Amalio



El padre Amalio se sorprendió cuando, al acercarse al confesionario, vio que había un hombre esperándole para confesarse. No era normal en estos tiempos. Su "clientela" habitual la formaban niños de las catequesis y señoras mayores, las típicas "beatas", y los niños ya empezaban a escasear.
Se fijó en que el hombre, además, era joven, no pasaría de los veinticinco años, más raro todavía.
Cuando se hubo acomodado en su sagrado receptáculo, el joven se acercó. No dijo nada. El sacerdote esperaba el obligado "Ave María Purísima", pero el penitente permanecía mudo. Decidió no dar importancia a la cosa y pasó a la pregunta de rigor:
- Qué pecados tienes, hijo?
- El pecador eres tú, hijo de puta!
Se quedó helado. "Dios mio, un loco!"
Pero no era un loco.
- Mírame bien a la cara, mírame!... Carlitos, doce años, Carlitos!... Yo era Carlitos... y tú eres el pedófilo que abusaba de mi todos los días!
- Perdón, hijo!... Perdón!, perdón!, perdón!...
Un puño duro como el hierro se estrelló contra su rostro rompiéndole el tabique nasal y provocando un chorretón de sangre. Seguidamente escuchó el chasquido de una navaja automática al abrirse.
- No me mates, por Dios, no me mates!
- No, si no te voy a matar, no te voy a dar el gustazo. Vas a vivir lo que te quede de vida con remordimientos de conciencia y sufriendo por la putada que voy a hacerte.

El padre Amalio jamás reveló quién era el culpable de su desorejamiento y porqué lo había hecho. En el pueblo hubo muchas especulaciones y algunas no anduvieron muy descaminadas, pero el atribulado ministro del Señor se llevó su secreto a la tumba... y quizá al Infierno.




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