jueves, 31 de enero de 2013

Sano como una manzana



Don Críspulo se sentía morir. Débil y demacrado yacía en la cama, a sus 75 añitos, aguardando a la de la guadaña, con la cabeza acomodada sobre dos almohadones y la mirada temerosa dirigida al techo de la habitación, como si barruntase que iba a aparecer por allí la de la guadaña. Pero el doctor Elias no las tenía todas consigo.
- Está usted más sano que una manzana reineta, Don Críspulo. A vivir se ha dicho!
La esposa del enfermo, Doña Dacia, le dijo al galeno en un aparte:
- Siempre ha sido algo hipocondriaco.
Y este respondió mirándole a ella y al yaciente:
- Nada, nada, Don Críspulo nos va a enterrar a todos!
"Hombre, tampoco es eso!", pensó Don Hilario, yerno del hipotético moribundo.
Salieron de la habitación y se encaminaron al salón comedor, todos menos el que esperaba a la de la guadaña. Hasta el gato "Chisporro" decidió alejarse de su viejo dueño. El felino ya había detectado la presencia de La Parca.
Doña Dacia, Don Elías y Don Hilario no asistieron a los estertores agónicos de Don Críspulo. La guadaña segó la vida del moribundo incomprendido, su cabeza cayó hacia el lado derecho y sus ojos se quedaron fijos en ninguna parte.
El ánima de Don Críspulo vagó un rato por la casa antes de irse al tunel de luz, y aún tuvo un último pensamiento humano:
"Sano como una manzana... Este médico es un hijo de puta!"

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